jueves, 12 de noviembre de 2009

Firma y aclaración

Alguna vez me sorprendió que mi abuela firmara los mensajes en el contestador telefónico.
Un mensaje para mi papá, termina, por ejemplo: "...besote, mamá".
La primera vez pensé que se estaba mandando un beso a ella misma.

Incluso recuerdo que alguna vez se habló del tema en una cena en casa: ¿Que sentido tenía firmar un mensaje del cual no había duda alguna a quién pertenecía? "Y bueno, la abuela tiene esas cosas", creo que dije en aquella oportunidad.

Hoy tomé conciencia leyendo un mail (de un amigo del cual no dejo y creo no dejaré de aprender nunca) que yo siempre firmo los mails que envío a gente con la que me escribo cotidianamente, como si hubiera alguna duda de quién es el que lo envía.

Mi abuela probablemente firma los mensajes telefónicos por la costumbre de firmar cartas. Exactamente eso es lo que me pasa a mí con los mails (por haber firmado otras cosas, porque debo haber escrito veinte cartas en toda mi vida).

Estas son las cosas que siento me permiten vivenciar en carne propia, lo que será inevitable.
"Y bueno, el abuelo tiene esas cosas".

Mati.

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miércoles, 15 de julio de 2009

"No hay mal que por bien no venga", a prueba...

Mi abuela Chiqui es de las que piensan y profesan que: "No hay mal que por bien no venga".

Un día llega una carta de Osde (mi obra social).

Habré usado la tarjeta de Osde unas tres veces en mi historia. Gracias a dios no tuve mayores inconvenientes de salud hasta ahora.

Mi padre me informa que cuando cumpla los veintiseis años, paso a ser "independiente del Grupo Familiar". Dicho así suena bien, pero no es lo que parece.

El tema es que dejo de estar cubierto por el plan familiar y paso a "pagar" como independiente. "No tenés ningún beneficio por haber sido de Osde, pagás como cualquier independiente". Agradecí el informe a mi padre y me metí en mi cuarto. Apunté al paquete de Marlboro, pero cuando me puse el cigarrillo en la boca, me sentí como muy frágil e indefenso sin mi Plan 210 (que siempre pensé que con un número tan alto, debería ser grosso, pero ahora me entero que es el plan más tranca de todos).

Lo concerniente a mi salud, desde el 3 de septiembre se convierte en una responsabilidad, en un peso... en otras palabras, empieza a costarme dinero (o la carga de que otro lo ponga por mi, que "cuesta" más aún) y este cigarrillo me empieza a parecer demasiado caro.

Tengo unos meses hasta mi próximo cumpleaños. Le dedico unas caladas de Marlboro a mi tarjeta de Osde, a la que miro ya con nostalgia, la guardo en la billetera, y me siento a escribir.

lunes, 25 de mayo de 2009

El paisaje de lo Imposible

Me despierto agitado. No veo luz a través de las rendijas de la persiana. Apago el despertador.
Es demasiado temprano para llamarla, así que me preparo unas tostadas y un café con leche. Me acosté hace dos horas, por eso no tengo ganas de ir al baño, reflexiono mientras la taza gira en el microondas. Abro la puerta del patio y salgo. Está oscuro y hace frío. Mucho más del esperado para ésta época del año.

Me siento y en ese mismo instante el cuerpo me tiembla en un fuerte escalofrío. Los músculos de la cara y el cuello pierden la tensión y la cabeza cede a la fuerza de gravedad. En un intento desesperado por erguirla, me pongo de pie golpeando con la rodilla la pata de la mesa, volcando el café. Consigo estabilizarme. Suena el celular en mi cuarto.

No había ningún cambio en lo planeado, sólo llamaba para corroborar que estuviera despierto y recordarme en tres oportunidades que no olvidara el bolso. Le dije que la amaba y corté.

Dudo si bañarme o no. Concluyo que no tiene mucho sentido. Abro el placard y tomo el bolso. Voy a dejarlo junto a la puerta. No lo recordaba tan pesado. Vuelvo a la cocina, me siento y enciendo un cigarrillo. Amanece.

Llego diez minutos antes de lo arreglado. Aunque desayuné una hora atrás, tengo hambre. Salgo del auto y compro un desayuno para llevar en el Mc Donalds.

Al salir, la veo caminando en dirección al auto, envuelta en su inflado camperón negro. Cruzo la calle.

Ella está histérica. Me dice que no pudo dormir nada, que le duele todo el cuerpo, que no era así como lo había imaginado. Me dice muchas otras cosas que no entiendo, pero tampoco le doy importancia. Es evidente lo que le pasa: tiene miedo.

Le recuerdo lo mucho que ansiamos hacerlo. La beso y le digo que yo también tengo miedo, que me tiemblan las manos, pero que a su vez siento una energía que nunca antes había sentido.

Me responde que no tiene miedo, que solo está nerviosa, que no pensaba cancelar nada y que el que tiene miedo soy yo. Le pregunto si no quiere desayunar en Mc Donalds.

Nos subimos al auto. Ella deja la cámara de fotos sobre la guantera y me pregunta donde está el bolso. Le respondo que en el asiento de atrás. Lo agarra y lo apoya sobre su falda. Me sorprende la facilidad con la que lo levanta.

Llegamos a Constitución ocho menos cuarto. Gente, gente y más gente. Pongo la baliza y freno el auto. Los dos nos quedamos en silencio, mirando a nuestro alrededor. Te dejo entre los dos árboles, le digo señalando la vereda de la estación. Contás hasta diez y volvés. Hasta diez, le repito. Ella asiente con la cabeza y abre el bolso. Arranco el auto y lo freno entre los dos árboles.

Saca la ametralladora del bolso, abre la puerta y baja. Sube a la vereda y grita "uno" y comienza a disparar. La primera ráfaga solo impacta a dos o tres. ¡Más abajo! grito desde el auto.

La segunda ráfaga es mucho más certera. Caen al piso de a decenas, mientras sigue contando, intercalando entre los números, gritos animales, indescriptibles. Siete, grita.

Manoteo nerviosamente la palanca de cambios. La paso de primera a punto muerto.

El cartucho se acaba cuando termina de gritar ocho. Mira el arma, aprieta el gatillo sistemáticamente pero nada pasa. ¡Vamos!, le grito. Ella no reacciona, sigue apuntando, intentando disparar, gritando desaforadamente y agitando la cabeza hacia los lados.

Bajo, la agarro de los brazos y de un fuerte empujón la siento en el auto y cierro la puerta. Tomo la cámara de fotos y encuadro el paisaje. Lunes, ocho de la mañana y ni un alma en Constitución.

jueves, 21 de mayo de 2009

Meta "morfosis" de sanwich - Los últimos días del perro

¿Qué hubiera pasado si esa mitad de sandwich que dejé apoyado en la mesada de la cocina, que no tenía ganas de comer, que con el paso de las horas iba a ir secándose y perdiendo absolutamente toda la magia que tiene un sanwich de miga bien fresco, la hubiera comido mi hermana o mi padre en lugar de mi perro?

Además de ser una pregunta demasiado larga, es una pregunta fácil de responder: absolutamente nada. Hubiera sido algo razonable. A mi esa otra mitad no me importaba y hasta hubiera tenido la ventaja de que probablemente quien acabara el sandwich, lavara el plato y me evitara la tarea. Pero no. El sandwich se lo comió el perro, que era bastante piola, pero nunca aprendió a lavar platos.

A paso firme, gritando el nombre del animal, me precipité furioso en el living.

Enterrado contra la pata del sillón, con las orejas caídas como si alguien tirara hacia abajo de las puntas, moviendo la cola enérgicamente, me miró mi perro.

"Que hiciste, la puta que te parió", recuerdo haberme expresado, dirigiendo un golpe que hizo que la trompa del animal rebotara contra el canto de la biselada pata del sillón y volviera a mi mano. En el momento el perro no emitió sonido alguno. Un segundo después me gruñó. "A mi no me gruñís" grité exasperado. El perro volvió a gruñirme, le pegué en dirección contraria a la pata del sillón, ya que mi intención era solo asustarlo pero no lastimarlo... llamativamente su actitud era la misma que la mía: mi perro no quería morderme, solo asustarme. Y ahí el que se asustó fuí yo.

"Porqué me pegás si ese sanguche no se lo iba a comer nadie", imaginé que me decía. Automáticamente recordé una idea que escuché alguna vez acerca de que el perro es un animal al que recurre la gente que quiere ser Amo, Dueño, imponerse, sentirse respetado. Y un segundo después recordé que, al menos de la boca para afuera, para todos los integrantes de la casa, el perro "formaba parte de la familia".

La misma gente que me acaricia y me saca a pasear, me pega si tomo una decisión que no es compartida (ese sanwich no me iba a caer mal; vivo comiendo lo que encuentro en la calle, sobre todo cuando salgo con el paseador, que no presta atención a lo que hago como mis dueños y por ende, me da más libertad).

Ya toleré muchos golpes. La próxima vez que me peguen injustamente, ya no voy a gruñir. Me haré valer. Es preferible morir de pie que vivir echado.

"Se volvió peligroso y no tuvimos otra opción...", explicamos al resto de la "familia", días después.

viernes, 8 de mayo de 2009

Alto divague de mi individuo

Cuán difícil de manejar esta gran parte del Todo que conforma esto que soy, cuando durante un instante, al mirarme al espejo, descubro que mi imagen se ha desvinculado de mi individuo. Veo una imagen que nada tiene que ver conmigo. Durante ese instante, yo no soy yo.

Es un choque casi tan potente como intentar forzar una sonrisa frente al espejo del baño, en el peor llanto de angustia del año (he podido corroborar que aumenta el efecto del shock dependiendo del grado de angustia que uno maneje al momento de mirarse al espejo).

Muchas veces lo intenté pero pocas pude realmente terminar de formar la sonrisa. Y fue un Momento, cuando me ví sonriendo y sintiéndome la peor mierda del mundo, todo al mismo tiempo. Esa risa, en ese contexto, no puede no adoptar características macabras a los ojos de cualquiera que se vea reflejado, autobardeándose*.

Es la contradicción personificada, es un momento de una repentina e inmensa sensación de inestabilidad; una mezcla estilística con efectos anímicos y vaya uno a saber de que otra índole que quizá afloren en unos años, pudiendo ocasionar, por ejemplo, efectos negativos en mi cabellera. Podría llegar a perder el pelo. Devastadores podrían llegar a ser los efectos.

“¿Y para qué carajo hacés eso?” La verdad, no tengo ni la menor idea.


* burlándose de sí mismo

miércoles, 8 de abril de 2009

Volver a caminar con música

Uno de pronto recupera lo que le parece haber perdido. Vuelve escuchando la música que le gusta después de haber bebido debidamente en lo de su abuela, habiendo hablado, habiendo comprobado que algo de lo que a uno le pasa, le ha pasado a su padre o a su tío. Hay algo de la angustia que se siente que tiene directa relación con lo que ha vivido algún ancestro pasado. Entonces invade la tranquilidad de que al menos uno no está solo, al analizar el hoy como un infinito flashback.
En algún momento del tiempo hay alguien que ha estado en esta situación, ha sufrido mirando a su alrededor como un cachorro de 30 días, encontrando nuevo todo lo que lo rodea; lo que se suponía que era conocido.
Días raros. O quizá sea solo uno. Un día, de haberle perdido el miedo por unos minutos a todo. De mirar a la cara a todo transeunte que se cruza con la seguridad de ser uno y de que eso es suficiente. Día de volver a caminar por la calle escuchando música.
Gracias Baco!

miércoles, 25 de marzo de 2009

A mi hoja en blanco

De tanto verte, de tanta incansable permanencia, no puedo negar que con el paso del tiempo hemos ido generando una relación cada vez más estrecha. Claro que al principio todo fue más conflictivo. Yo queriendo escapar de vos, salir de esa situación tan angustiante. Y vos siempre inmutable, siempre igual, todos los días y todas las noches.

Y yo mirándote a veces con desmedida paciencia, a veces muy de frente, sin quitarte los ojos de encima, como haciendo fuerza. Y a veces de reojo, antes de apoyar el mate en la mesa, o deteniendo un instante mi mirada sobre tu pálido perfil y luego huyendo mis ojos hacia la ventana del balcón, buscando entre las ramas de los árboles, secas en invierno y verdes en verano, ese detalle que despierte lucidez, esa pequeña pista que clarifique el rumbo, esa llave, esa idea que destape los ojos, ese aire que despeje el humo y permita ver con nitidez.

Indefectiblemente se van perdiendo las fuerzas y las ganas de pelear. Pero algo extraño sucede al emulsionar el tiempo con relaciones cíclicamente monótonas: cosas que en un momento uno busca tener lejos, poco a poco, la costumbre va amigando y lo que era insostenible, se va transformando a través de días y noches de hastío y repulsión en algo demasiado conocido, en algo que de tan conocido en ocasiones especiales se viste de ameno e incluso seduce.

Lo que es conocido no asusta y como miedo me sobra, quizás sea la mejor opción quedarme mirándote en blanco, antes que enfrentarte y confirmarme vencido.

Música portátil

Indefectiblemente, se suba uno al medio de transporte que se suba, encontrará un grupo de personas conectadas a su mp3,4,5 o celular con reproductor de música.

Dependiendo de la hora y del medio de transporte, pueden encontrarse incluso otros individuos que también escuchan música, pero a través de sus nuevos reproductores portátiles con parlantito incorporado de potente volúmen, pero que únicamente reproduce un rango reducido de frecuencias agudas, lo que los dota de un estridente sonido molestamente chillón, únicamente disfrutado por el DJ ambulante de turno y a lo sumo algún amigo.

Independientemente de la presencia o no de un DJ ambulante en las inmediaciones del medio de transporte, tanto las caras de quienes están escuchando música con auriculares como las del resto del pasaje, no exultan precisamente de alegría. Inclusive alguno un poco más osado podría llegar a afirmar que la gente, esté en un medio de transporte o esté en la calle, tanto los que escuchan música, como los que no, presentan una homogenea cara de culo.

En las épocas en las que no me robaban tan seguido los reproductores portátiles de música (empezando por el rebobinable walkman, hasta las actuales maravillas miniaturas mp... uno vaya a saber que número, de vaya uno a saber cuanta capacidad de almacenamiento) y caminaba por la calles escuchando la música que disfrutaba escuchar, al volúmen que me gustaba escucharla, caminaba feliz.

No importaba tener que acarrear el ladrillo rebobinable a bic o lapiz biselado, con su inconfundible soplido... ese bzzzzz por detrás de la música y sobre todo entre los temas. O el medio kilo de discman Panasonic plateado, alimentado con dos pilas doble AA, que te daban unas pocas horas de reproducción teniendo activado el bass boost y el entonces novedoso modo anti-shock, imprescindible para cualquier deportista extremo que quisiera saltar de un barranco escuchando su cd musical como vendía la publicidad, o a cualquier persona común que quisiera caminar por la calle con su discman sin que el disco saltase.

El placer de moverse musicalizado, todo lo valía. La música transformaba toda esa realidad que me rodeaba en una gran ficción de la que yo formaba parte y en ocasiones era protagonista.

En la última película que venía protagonizando por la calle, un muchacho detuvo mi camino y dijo algo que no llegué a escuchar. Me saqué los auriculares y el muchacho repitió aquella frase que transformó la película de ficción a documental de autor en un segundo: "Dame todo, gato, o te corto la cara".

Miau, dije, y le entregué mi reproductor de música al muchacho (sintiendo que le estaba entregando muchísimo más). Apenas lo tuvo en sus manos, me dijo que caminara sin correr hasta la esquina y doblara sin mirar para atrás. Maullé nuevamente y empecé a caminar. Al doblar la esquina, yendo a contramano de mi casa, caminé como sonámbulo durante cuadras.

Esa noche, con las piernas cansadas, recordando lo sucedido, una pregunta sumamente poco importante (a las que con el tiempo uno se va acostumbrando) se apoderó de mí: ¿estaría el muchacho en este momento escuchando mi selección musical en mi reproductor de música?
La respuesta con más quórum rondaba en torno al no positivo. Muy probablemente a esta altura el reproductor con su música y auriculares habían metamorfoseado en algunos papelitos o cualquier otra cosa de interés o necesidad de su nuevo dueño, por valor de no más de $30.

Pero quizá y solo quizá, en el viaje a venderlo, el muchacho urgó en el aparatito a ver si encontraba algo de música de su agrado. Me lo imaginé masturbando el botón "next album" incansablemente sin encontrar nada de su gusto. Me imaginé incluso diciendo para sus adentros: "que mal gusto el del gato éste". Y me imaginé su expresión y descubrí que esa cara de culo con auriculares la tenía vista de algún lado...

sábado, 21 de febrero de 2009

El Sonido

Lo único negativo de laburar con sonido, es la cantidad de horas que paso sin escuchar música...
Suena una nimiedad, pero como se sufre...

viernes, 30 de enero de 2009

El vecinito tiene (bastante) antojo...

Ayer, once y cuarto de la noche, escuché una gritada voz con tonada mejicana proveniente del departamento de arriba. No le entendí una sola palabra, pero por un segundo pensé que algún personaje del Chavo del 8 estaba de paso por lo de mi vecino. Unos segundos después, la voz se calló y un reggaeton empezó a sonar.

"El vecino de arriba organizó una fiesta", concluí apresuradamente. Durante cuatro minutos y veinticinco segundos, más allá del susto que me hizo pegar el grito del mejicano, no me preocupé: "es solo un tema, no quiere decir que vayan a estar escuchando toda la noche Reggaetón", pensé, de nuevo apresuradamente.

El problema no era el volumen al que estaba la música. Es más, me sorpendió escuchar música a un volumen tan alto y con buena calidad... "le deben haber regalado un equipo de música", imaginé sin apresurarme. Quizá era su cumpleaños y lo estaba festejando estrenando el equipo, al cual imaginé con un subwoofer violento (de al menos 60 cm. de diámetro, color dorado brillante, con pintitas plata y detalles flúo) que con las vibraciones generadas por cada golpe del "bombo sintetizado" del tema estaba resquebrajando la masilla de los vidrios de la puerta del balcón de mi casa.

Se venía el final del tema, era inminente. Creció en mí la expectactiva. El tema terminó de una forma extraña, como si lo hubieran parado antes de finalizar. Dos segundos de silencio, y de pronto... ¡nuevamente el grito mejicano! Evidentemente era parte del tema musical... una especie de introducción hablada.

Cuatro minutos y veinticinco segundos. Eso dura exactamente (tuve múltiples chances de cotejarlo) la versión que tiene mi vecino de arriba de lo que después me enteraría, se llama "La Vecinita", de un tal "Vico C", que aunque tenga nombre de remedio para el resfrío, es aparentemente el responsable de éste y otros temas similares (muy similares).

Se venía el final de la segunda reproducción del tema. Quizá alguno de los supuestos invitados a la supuesta fiesta, le había pedido al dueño de casa: "ponelo de vuelta, que está buenísimo" y él, como buen anfitrión, no había podido negarse.

La vibración de los vidrios de la puerta del balcón volvió a ser protagonista y con el afán de atenuarla, la abrí. Me asomé por la baranda, mirando hacia arriba sin conseguir ver más que algunas ramas de las plantas del balcón de mi vecinito. Volví a entrar y cerré la puerta: no solo la vibración no disminuía al abrirla, sino que además la música se escuchaba más fuerte, y siendo recién la segunda vez consecutiva que escuchaba el tema, ya empezaba a sentir la necesidad imperiosa de evitarlo.

Terminó el tema y volvió a empezar una tercera, una cuarta y una décima vez. Era un hecho: el tema estaba en repeat.
Tenía un problema. Pensé y pensé. Tenía cinco formas de evitar seguir escuchando el tema:

1) Irme de mi casa.
2) Escuchar música con auriculares y el volumen al máximo.
3) Llamar a la policía acusando ruidos molestos.
4) Subir al tercer piso e implorarle piedad al vecinito personalmente.
5) Meterme un destornillador en las orejas y dejar fuera de circulación mis tímpanos.

Era tarde, no tenía a donde ir; no tenía ganas de escuchar música; no quería tener que hablar con un cana; no me quería pelear con mi vecinito. El destornillador era una opción, pero finalmente concluí que si bien la situación era extrema, no estaba dispuesto a tanto.

Decidí no hacer nada. Abatido, quedé sentado en el piso del living de mi casa. Me empecé a sentir raro. Las paredes se me venían encima, como en una escena de Indiana Jones, pero sin piedra redonda ni látigo. Entré en trance. Perdí el conocimiento.

Hoy amanecí una y media del mediodía. Abrí los ojos y entre legañas, recorrí la pared del living con la vista. En marcador indeleble negro, pude leer:

"La vecinita tiene antojo, antojo que quiere resolver
El vecinito le echa un ojo, ojo que mira pa comer
La vecinita tiene un gato, gato que amasa porcelaaana
El vecinito que es Tanzato, se tira y lo van a degollar"

Aclaración 1
Wikipedia me confirmó hace un rato que en lugar de "amasa porcelana", dice en realidad "gato que mata por celar" y que en lugar de "El vecinito que es Tanzato", dice: "El vecinito que es tan sato". Pensé en corregirlo, pero en primer lugar no se que es "sato", pero sobre todo el borrón en la pared iba a quedar peor, así que decidí que así quedará hasta la próxima vez que se pinte el departamento.

Aclaración 2

sato, ta: adj. coloq. Cuba. Dicho de una persona, especialmente de una mujer: Que coquetea.