martes, 24 de agosto de 2010

"¿Papa negra, o papa blanca?"

Una pregunta tan simple: ¿papa negra o papa blanca? ¿De que estamos hablando? ¿Son dos tipos distintos de papa? ¿Las cultivan a distinta altura? No, no. Nada de eso.

Recordé aquel momento, aquel día en el que al ir a comprar por vez primera un kilo de papa, me di cuenta de que el mundo era mucho más complejo de lo que creia.

Primero se caen los ídolos, después se caen las esperanzas. Después quizás se recuperan por un tiempo si los cambios de rumbo traen aires nuevos.
Se vuelven a perder al confirmar que esos aires eran solo las ganas de que soplaran. Se pierde la ingenuidad. El miedo al fracaso se muda al departamento de al lado. Todo puede llegar a ser muy grave.

Pero el día en el que uno se da cuenta de que la diferencia entre la papa negra y la blanca es que a la blanca el verdulero la ha lavado, un grave dilema moral atraviesa:

¿Valoro su trabajo, señor verdulero y le pago esa diferencia aunque al final yo pele la papa antes de hervirla y me importe tres carajos si tiene tierra o no?

Esa pregunta de pronto queda congelada, colgando de los tubos de luz del supermercado chino en el que me encuentro.

En el transcurrir de la pregunta del verdulero, leo en cámara lenta ambos carteles: La diferencia entre las papas negras y blancas es de un peso cincuenta por kilo. No es tanta la diferencia pensándolo en abstracto, pero remitiéndome a hechos recientes, acabo de descartar los mini nugatón frente a la tableta de arroz dulce marca "Shinoi" por ahorrar un peso ochenta.

La pregunta que cuelga congelada de los tubos de luz hace que estos cedan y caigan sobre el verdulero y sobre mi. Chispas sobre las zanahorias y los racimos de radicheta y los zapallos cortados en rodajas. Todo se pone muy heavy. "Es usted la representación perfecta de dios, señor verdulero", vocifero descontrolado.
"Usted es el creador de las papas blancas".

miércoles, 4 de agosto de 2010

Watto (el porque de ella)

Viviendo porque es lo que está destinado y cuesta tanto revertir. Adaptándose a la situación en la que se está sin pedir más, sin gritar porque no hay quien escuche. Sin darle la razón porque es lo que pretende el silencio. Sin moverse porque no hay lugar mejor que el calor de estos 60 watts. Incómodo. Así vive ella. Así vivo yo. Ahí esta el porqué del amor a este animal.

viernes, 9 de julio de 2010

Alivio

¿Cómo seguir luchando por mantener la cordura cuando uno, cansado, luego de un arduo día de trabajo, pensando en acostarse, en taparse hasta el cuello y que la noche sea eterna, toma el cotidiano tubo de pasta dental Colgate y lee al dorso: “En Chile: para mayores de 6 años”?


El primer razonamiento tiene poco que ver con nada que pueda ser descripto, y mucho menos mediante un teclado. El segundo, tiene que ver con ideas cercanas a la ciencia ficción, sobre una naturaleza distinta de los niños chilenos respecto del resto de los niños del mundo, desencadenando en imágenes de chilenos de cinco años y trecientos sesenta y cuatro días de vida vaciando tubos de Colgate en sus bocas.

El tercero, ya no tiene que ver con la razón. Tiene más que ver con una sensación de alivio. Un alivio semejante al que puede sentir un africano desempleado que descubre la fórmula de la tinta flúo para tatuajes: ahora la raza negra podría disfrutar de garabatearse el cuerpo como todos los demás. Sería considerado un ídolo, un estandarte entre los suyos, contribuyendo a una lucha que nunca termina, sumando su granito de arena contra la discriminación.


Pero más allá de todo eso, pensemos en el rédito económico de tal hallazgo para el pobre africano. Y más teniendo en cuenta el reciente Mundial, mediante el cual los habitantes de Lesotho, gracias a Coca Cola, conocieron nuestros cánticos, nuestra pasión por el fútbol, a Di María.
Cuántos africanos habrán visto los antebrazos tatuados de Di María mientras intentaba adaptarse al planteo táctico que el Diego pretendía y habrán soñado con hacer la gran Michael Jackson y desteñir el color de su piel para poder ellos también transformar sus antebrazos en obras de arte.


Un alivio semejante al de saber que millones de personas en todo el mundo no me han visto comerme los mocos como le sucedió a Joachim Löw.


Alivio por ya no tener que seguir luchando por mantener la cordura, cuando uno, cansado, luego de un arduo día de trabajo, piensa en acostarse, en taparse hasta el cuello y que la noche sea eterna.