jueves, 21 de mayo de 2009

Meta "morfosis" de sanwich - Los últimos días del perro

¿Qué hubiera pasado si esa mitad de sandwich que dejé apoyado en la mesada de la cocina, que no tenía ganas de comer, que con el paso de las horas iba a ir secándose y perdiendo absolutamente toda la magia que tiene un sanwich de miga bien fresco, la hubiera comido mi hermana o mi padre en lugar de mi perro?

Además de ser una pregunta demasiado larga, es una pregunta fácil de responder: absolutamente nada. Hubiera sido algo razonable. A mi esa otra mitad no me importaba y hasta hubiera tenido la ventaja de que probablemente quien acabara el sandwich, lavara el plato y me evitara la tarea. Pero no. El sandwich se lo comió el perro, que era bastante piola, pero nunca aprendió a lavar platos.

A paso firme, gritando el nombre del animal, me precipité furioso en el living.

Enterrado contra la pata del sillón, con las orejas caídas como si alguien tirara hacia abajo de las puntas, moviendo la cola enérgicamente, me miró mi perro.

"Que hiciste, la puta que te parió", recuerdo haberme expresado, dirigiendo un golpe que hizo que la trompa del animal rebotara contra el canto de la biselada pata del sillón y volviera a mi mano. En el momento el perro no emitió sonido alguno. Un segundo después me gruñó. "A mi no me gruñís" grité exasperado. El perro volvió a gruñirme, le pegué en dirección contraria a la pata del sillón, ya que mi intención era solo asustarlo pero no lastimarlo... llamativamente su actitud era la misma que la mía: mi perro no quería morderme, solo asustarme. Y ahí el que se asustó fuí yo.

"Porqué me pegás si ese sanguche no se lo iba a comer nadie", imaginé que me decía. Automáticamente recordé una idea que escuché alguna vez acerca de que el perro es un animal al que recurre la gente que quiere ser Amo, Dueño, imponerse, sentirse respetado. Y un segundo después recordé que, al menos de la boca para afuera, para todos los integrantes de la casa, el perro "formaba parte de la familia".

La misma gente que me acaricia y me saca a pasear, me pega si tomo una decisión que no es compartida (ese sanwich no me iba a caer mal; vivo comiendo lo que encuentro en la calle, sobre todo cuando salgo con el paseador, que no presta atención a lo que hago como mis dueños y por ende, me da más libertad).

Ya toleré muchos golpes. La próxima vez que me peguen injustamente, ya no voy a gruñir. Me haré valer. Es preferible morir de pie que vivir echado.

"Se volvió peligroso y no tuvimos otra opción...", explicamos al resto de la "familia", días después.

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